El regalo del León: una historia de amor, pérdida y reencuentro

"Gricecito". Así le decíamos al principio, cuando bajaba del techo de la casa de mi hermana para saludar. Yo me resistía a adoptarlo, pero estaba la idea de recibirlo por un tiempo hasta que subiera de peso y se pudiera castrar. En esos días, mi perrito Manu estaba muy viejito y se me ocurrió que un gatito podría ser una buena compañía.

Pero no alcanzaron a conocerse. Gricecito, que ya se llamaba Leonzinho (por la canción de Caetano Veloso), llegó cuando Manu ya había partido al otro plano y de a poquito fue ganando mi corazón. Al tiempo también llegó Cassandra, una bella chihuahuita, y conformaron una dupla conmovedora con sus juegos y su amor. Eran inseparables y la mejor compañía que uno pudiera tener, sobre todo en tiempos de pandemia.

Por eso me dolió tanto que, con poco más de un año de vida, la salud de Leonzinho empezara a fallar y fuera diagnosticado con una enfermedad fatal, llamada PIF, el Covid de los gatos. Es un virus común en entornos de gatos ferales y mi gatito lo traía con él, afectándole de a poco su sistema nervioso hasta que su cuerpo dejó de funcionar.

Ciego, con agua en sus pulmoncitos, ronroneaba en mis brazos cuando hablé con él. Y le pedí que volviera, mientras le cantaba su canción de Caetano. "Él va y vuelve", le dije al doctor y me dije a mí misma. Él va y vuelve. Punto.

Yo sabía que en la multidimensionalidad del universo y los viajes de las almas, hay múltiples vicisitudes. A esa altura, ya me había dado cuenta de que mi Cassandra tenía la misma mirada y actitudes de mi Flo, la primera perrita que tuve durante 15 años. De hecho, cuando se acercaba la muerte de mi Flo, tuve un sueño que me preparó, en el que una amiga muy querida me decía: "Suéltala, que ella va a saber volver". Y así fue que Flo regresó dos años después en el cuerpo de Cassandra, lo que me hacía pensar que quizás mi gatito podría demorar su reencarnación.

Sólo quedaba esperar y por supuesto, mirar todos, pero todos los avisos de las redes que ofrecían gatitos, buscando al León. En ese tiempo, yo compartía departamento con una amiga psicóloga que me contó que en el fondo de la casa de su papá habían nacido unos gatitos. Las primeras fotos mostraban que había un gricecito, había que ir a ver si era macho. Por supuesto que lo era, yo ya intuía que había vuelto mi León.

En la veterinaria, cuando lo llevé a que lo revisen, le pregunté a la doctora cuánto tiempo tenía el gatito. Me dijo que dos meses: "Este gato nació a fines de noviembre", aseguró. Mi León había partido el 28, por lo que deduzco que volvió en seguida y encarnó en un lugar donde yo lo pudiera encontrar. Su fecha de cumpleaños se estableció el 29 de noviembre, un 11:11.

Ahora se llama León Segundo y a veces digo que es el gato que volvió de la muerte, porque es impresionantemente igual al anterior. Lo cierto es que el León me dejó un sinnúmero de regalos… ¿el principal? El de la vida eterna, el de la convicción de que las almas van y vuelven, y donde más claro lo podemos ver es en estos ángeles de cuatro patas que vienen a enseñarnos de amor y de eternidad.

El amor por mi León también me ayudó a sostener con convicción mi creencia en la reencarnación, con una certeza interior asombrosa: yo sabía que tarde o temprano iba a volver para continuar las aventuras terrestres que su cuerpo anterior no le había permitido.

Mira aquí una imagen de los Leoncitos. A la izquierda Leonzinho y a la derecha León Segundo... ¡son iguales!

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Comparto aquí también un video que le hice a Leonzinho durante la pandemia :)